Video: Entrevista (Interview) Univision (29 de junio de 2011)
El 4 de julio Estados Unidos celebra 235 años de la proclamación de su independencia. Hace más de dos siglos, los líderes rebeldes anunciaron al mundo que las Trece Colonias de América no toleraban más los atropellos del rey y por ende ponían fin a la relación política con la Corona británica. Esa declaración y la mobilización de los ejércitos comandados por George Washington sirvieron para cimentar el tratado de Alianza Perpetua con la Francia de los reyes Borbones, que gastó sus recursos en esta rebelión contra su rival europeo; irónicamente, la bancarrota del tesoro sería una de las causas que llevaron a la revolución francesa de 1789, la ejecución de Louis XVI y el fin de la monarquía. Pero eso es otra historia.
Independencia y la más amplia libertad de acción son dos principios que Estados Unidos ha guardado celosamente. En más de dos siglos de historia, ha luchado con firmeza por la libertad del comercio, ampliar los mercados para sus productos, encontrar nuevas oportunidades de desarrollo y diseminar los postulados democráticos que entiende propician un mundo más favorable en lo social, político y económico. Ejemplo vivo de esto son las palabras que el Presidente Obama ha expresado repetidamente en discursos en 2011 de que EEUU busca atender asuntos de interés mundial colaborativamente con otros países y organizaciones internacionales pero siempre se reserva el derecho de actuar por cuenta propia ("unilateralmente") si en su juicio así lo ameritan las circunstancias. En síntesis, Estados Unidos defiende una amplia definición de lo que son sus intereses; pero, por otra parte, a menudo rehusa obligarse a defender agendas que no necesariamente pueda controlar. Ello inevitablemente causa contradicciones notorias en su política exterior; como por ejemplo, en sus posturas hacia la Corte Criminal Internacional.
Los países que componen la OTAN llevan cuatro meses de operaciones militares cuyo fin no es otro que remover a Muammar Qaddafi del control de Libia. Lo hacen bajo la autoridad de la Resolución 1970 que el Consejo de Seguridad de Naciones Unidas aprobó por unanimidad este año y que, además de legitimar los ataques aéreos al régimen libio, refirió el asunto a la Corte Criminal Internacional para que ésta investigue posibles crímenes y lleve a los responsables (Qaddafi, por ejemplo) ante la justicia mundial. Esta semana, la Corte Criminal Internacional expidió orden de arresto contra Qaddafi, su hijo y otro colaborador por posibles crímenes en el presente conflicto libio.
Como miembro permanente del Consejo de Seguridad, Estados Unidos votó a favor da la Resolución 1970 y del referido de Libia a la Corte; sin embargo, Estados Unidos se niega a someterse a la jurisdicción de este tribunal. Al igual que China y Rusia, también miembros permanentes del Consejo y con poder de veto, Estados Unidos no ha ratificado el Tratado de Roma que crea el tribunal. Además, la administración Bush y el Congreso de EEUU aprobaron una ley que específicamente prohibe a cualquier gobierno local o estatal, o agencia federal, colaborar o participar en investigaciones o acusaciones de soldados o funcionarios de Estados Unidos ante la Corte Criminal Internacional.
Es más, por si no había quedado claro, el presidente Bush retiró la firma al Tratado de Roma que Bill Clinton le había impartido en los últimos años de su mandato (su firma por el Presidente es un paso indispensable hacia la posible ratificación del tratado en el Senado federal). Evidentemente, Estados Unidos no está dispuesto a ceder su soberanía a un organismo internacional independiente como lo es este Tribunal internacional, pues ello implicaría la seguridad nacional y la política exterior, asuntos medulares para la mayor potencia militar y económica del mundo. Llanamente, Estados Unidos no va a limitar su campo de acción sometiéndose a esto.
La Corte Criminal Internacional se encuentra en su primera década de operaciones; su jurisdicción se extiende a investigar y juzgar acusaciones por crímenes de guerra, genocidio y agresión. Más de cien países han ratificado el Tratado de Roma que crea esta Corte. La idea de un tribunal internacional para investigar crímenes, procesar a los responsables e imponer castigos no es nueva. Al final de la Primera Guerra Mundial mucho se habló de enjuiciar al ex-rey Guillermo de Alemania sin que ello llegara a nada. Más tarde, las atrocidades de nazis y japoneses en la Segunda Guerra Mundial fueron expuestas y juzgadas en los Tribunales de Guerra en Nuremberg y Tokío; un número notable de los acusados fue hallado culpable y ejecutado. Como nación victoriosa en esa guerra, Estados Unidos participó activamente en ambos tribunales. Pero el proyecto para un tribunal de crímenes permanente e internacional pasó al olvido.
Tomó cerca de medio siglo más, con las guerras genocidas en Yugoeslavia y Ruanda/Burundi (para las cuales se crearon tribunales especiales para juzgar crímenes de guerra) para que, a fines de la década de 1990, la comunidad internacional finalmente estableciera en La Haya la Corte Criminal Internacional. La primera década de la Corte no ha tenido el éxito que se esperaba. Muy pocos asuntos han llegado a juicio luego de largos procesos; además, se critica el que hasta ahora haya enfocado crímenes en Africa y otros países que no pertenecen al llamado "mundo desarrollado", como si solamente en el "tercer mundo" es que deben buscarse crímenes de guerra.
Organizaciones internacionales como la ONU, el Fondo Monetario Internacional, el Banco Mundial y OTAN, todas creadas para atender debilidades específicas en el orden global que llevaron a dos devastadoras guerras mundiales, pueden ser tan efectivas como interés e inversión pongan en éstas los líderes de la política mundial. En todas participa activamente Estados Unidos. Todas han tenido sus dificultades, hasta fracasos, pero también muchos éxitos.
Al concluir la Primera Guerra Mundial, el Presidente Woodrow Wilson trabajó afanosamente en la creación de la Liga de las Naciones; su propio Senado federal rehusó ratificar el tratado que creaba la Liga, Estados Unidos no participó formalmente en sus operaciones y ésta resultó inefectiva para atender los conflictos de los años 1920s y 1930s.
Al concluir la Primera Guerra Mundial, el Presidente Woodrow Wilson trabajó afanosamente en la creación de la Liga de las Naciones; su propio Senado federal rehusó ratificar el tratado que creaba la Liga, Estados Unidos no participó formalmente en sus operaciones y ésta resultó inefectiva para atender los conflictos de los años 1920s y 1930s.
Madeline Albright, Secretaria de Estado en los últimos años de la presidencia Clinton llamó a Estados Unidos "nación indispensable" para la comunidad internacional. Un tanto puede decirse también de China, Unión Europea, India, Brasil, Rusia y otros líderes probados o emergentes.
La Corte Criminal Internacional podrá investigar y resolver todos los casos del mundo. Sin el compromiso de los países que son los líderes en la comunidad global, jamás podremos hablar de una Corte Criminal Internacional verdaderamente exitosa.
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