Con 1.3 billones de habitantes, China es el pais más poblado del mundo y desde el 2001 sobrepasó al Japón para convertirse en la segunda economía más grande del planeta, detrás de Estados Unidos. Su crecimiento económico sin precedentes en menos de cuatro décadas le ha llevado a ocupar desde el 2010 la primera posición entre las naciones que más productos producen y exportan; y en un análisis reciente del Fondo Monetario Internacional se anuncia que China está en vías de convertirse en la mayor economía del mundo para el 2016. Ante la indiscutible nueva era económica y política que ya vivimos, es preciso conocer las fortalezas y limitaciones del modelo de crecimiento chino, planificar para aprovechar las oportunidades que este fenómeno ya está propiciando a nivel global y tomar nota de las dificultades inherentes al proyecto de desarrollo chino.
En Estados Unidos, América Latina y el resto de nuestro hemisferio occidental hace tiempo que se debe estar preparados para maximizar los beneficios que pueda traer la nueva posición internacional china. Los mayores socios comerciales de América Latina son Estados Unidos y la Unión Europea; de hecho, los Estados Unidos mantienen un balance comercial a favor de América Latina pero su porción del mercado ha ido mermando en los últimos años. El reciente informe de CEPAL sobre las relaciones comerciales en el hemisferio, preparado en ocasión de la visita de estado del Presidente Barack Obama a Brasil, Chile y El Salvador en marzo de 2011, demuestra que pronto China desplazará a la Unión Europea como segundo socio comercial de América Latina y le seguirá los pasos muy de cerca a Estados Unidos. Advierte CEPAL que Estados Unidos no parece tener un plan estratégico para competir efectivamente por nuevas oportunidades comerciales en el continente, a pesar de los indicadores que favorecen a China en el mediano plazo.
Esta semana líderes de las finanzas y la diplomacia china se reunieron en Washington, D.C. con una delegación presidida por la Secretaria de Estado, Hillary Clinton, el Secretario del Tesoro, Timothy Geithner, el Presidente de la Junta de la Reserva Federal, Ben Bernanke, y otros funcionarios de mayor rango del gobierno de Estados Unidos. El denominado Tercer Diálogo Estratégico y Económico sirvió como foro para plantearse mutuamente diversos problemas relacionados con la nueva posicion que China ocupa globalmente en un marco de cordialidad, firmeza y, debe decirse, debida deferencia. No es para menos, pues China es uno de los mayores competidores económicos de Estados Unidos; además, recordemos, China es el mayor acreedor extranjero de la deuda pública federal, pues es el dueño de $1 por cada $9 dólares de dicha deuda, que ya ronda casi los $10 trillones (y la deuda de Estados Unidos, y cómo controlar su crecimiento, son de los asuntos principales en la agenda congresional y presidencial presente).
A finales de la década de los 1970, China apostó a un modelo de desarrollo económico agresivo basado en las exportaciones y, hay que admitirlo, la manipulación del valor de su moneda, el yuan (o renminbi). El crecimiento ha sido fenomenal, rondando la tasa de 10% anual año tras año mientras casi todas las economías del mundo lograron tasas modestas y, en muchos casos, hasta contracción económica en la primera década del Siglo 21. Su impacto interno puede verse en las ciudades de China pues hoy casi la mitad de la población vive en las ciudades, cuando hace tan solo 20 años la mayoría de la población vivía en la zona rural. China además es un devorador gigantesco de recursos que incluyen, acero, cemento, elementos raros, agua, petróleo y materias primas de todo tipo y es el principal contribuyente global a la producción de los gases relacionados al efecto invernadero y contaminación. Sin embargo, la inmensa mayoría de la población no disfruta de los beneficios económicos de esta era y presenta unas características inquietantes que incluyen ser de las más pobres del mundo y una de las que más rápido está envejeciendo (debido a la política de un sólo niño por familia); tampoco ha tenido experiencia práctica en los procesos democráticos que son rutina en gran parte de las economías más avanzadas del mundo.
Las elites que sostienen el poder en China entienden las enormes debilidades en su proyecto de desarrollo y están tomando nota de los procesos populares actuales en Oriente Medio. Por eso el nuevo (12vo) plan quinquenal enfoca el desarrollo de una clase media interna que pueda contribuir al desarrollo económico por medio del consumo interno, lo cual presupone que esa población, concentrada en las ciudades, adquirirá un ingreso que le permita llevar un estilo de vida más próspero, en la esperanza de que a mayor prosperidad, menor la posibilidad de descontento desestabilizador. Por otra parte, es claro que el régimen chino continúa invirtiendo sumas extraordinarias en tecnología y fuerzas para reprimir la disidencia en todos los frentes internos, en universidades, lugares de empleo, regiones semi-autónomas como Tibet y Xinjiang, foros públicos e internet; amedrentar todo impulso independiente en Taiwán, defender sus reclamos territoriales en el Mar del Sur de China y las fronteras con Rusia e India y sostener su aliado Corea del Norte (antagonizando no solo a Corea del Sur sino también a Japón, socio económico y militar de Estados Unidos).
El milagro chino ha tenido un costo enorme en ausencia de tolerancia, apertura, participación ciudadana, rendición de cuentas, justicia social y libertad de expresión. Debemos catalogarlo de exitoso si nos limitamos a lo económico (y con salvedades muy pertinentes). Los retos de corte político y social son quizá mayores que cualquier otro en su historia. Por eso, hoy el panorama es de China; de cara al futuro, está por verse.
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